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Relato #1

Esta china es la leche

Era el primer sábado que los ocho integrantes del departamento de lenguas extranjeras de la Universidad pasábamos en el remoto pueblo de Hamilton, al norte del estado de Nueva York. Hecho que, como buena española, encontré suficiente y necesario para celebrar tomando unos refrigerios en el único bar de tan entrañable núcleo urbano.

El pueblo en cuestión está compuesto por dos calles perpendiculares rodeadas por llanuras verdes salpicadas de viviendas con jardines que albergan huertos pochos y casetas de madera con canastas de baloncesto oxidadas. Tenemos la suerte o la desgracia de vivir en dicho encuentro de calles, concretamente sobre el cine local, que, dicho sea de paso, parece una maqueta construida ex profeso para el rodaje de un film, como el resto del pueblo.


Durante la tarde, aprovechando que compartimos rellano seis de los ocho componentes de tan heterogéneo grupo, y a base de hacer varias visitas a nuestros apartamentos, marcamos la hora de salida de casa a las 10 de la noche. Concluimos con que lo mejor era que a la hora prevista estuviésemos todos dispuestos en este punto de encuentro donde el olor a palomitas nos acompaña durante tardes y noches ya que las salidas de emergencia de tres de las cuatro salas dan a este concurrido rellano.


Era de esperar que 5 minutos antes del toque de queda, Erdapfel, de nacionalidad alemana, llamó gentilmente a nuestra puerta para ver si estábamos listas. Ataviado con una camiseta tipo pijama de camionero y proseguido de su compañero de cubículo парень, éste caso de procedencia rusa y con un semblante que reflejaba no estar muy enterado de la situación en general, se quedaron un poco ojipláticos al ver que tanto Baguette, mi compañera de piso de origen francés, como yo, más española que a relaxing cup of café con leche in plaza Mayor, habíamos elegido un look un poco menos desenfadado que las chanclas con calcetines que ambos lucían y, sombra de ojos en mano, aludimos la falta de 5 minutos para estar dispuestas.


Viendo la urgencia de ambos barones por saciar su sed, aceleramos el acicalamiento y rápidamente estuvimos listas en el rellano, viendo que no acudía nadie al toque de queda llamé al ya bautizado apartamento nº2, hogar de nuestras compañeras Xoxin, evidentemente China, y Panini, italiana cual salsa boloñesa, recibiendo como respuesta a esta segunda compañera en albornoz de la ducha.


Claramente la hora de queda se retrasaría porque, para acompañar el percal, Xoxin se hallaba en pijama de raso estampado con ositos y corazones calentando una olla con leche. Noté la alegría en sus ojos que saltaban detrás de la fina montura de sus gafas mientras me gritaba lo guapa que iba a lo que contesté que eran las 10 y que bueno... habíamos quedado.


Desconozco cómo lo hicieron pero tanto Xoxin como Panini estuvieron listas para salir pitando tres minutos pasados las diez y así lo hicimos. Anduvimos unos escasos 30 metros para meternos de lleno el bar del pueblo. Frecuentado por más camioneros que otra cosa, la música estaba lo suficientemente alta como para que mantener una conversación entre dos personas fuera complicado a lo que, sumando la sordera que desde hace unos años me caracteriza, hizo que me enterara más bien poco de las conversaciones en las que, para romper con la verborrea peninsular, no intervine más que con observaciones superficiales.


Inició el chiste de la noche momentos antes, cuando procedíamos a hacer la entrada al guateque en cuestión. Al hacer fila india para pasar el control de documentos de identidad reparo en que Xoxin porta un termo rosa en una de sus manos y con el que, al parecer, pretende entrar en el bar, por lo que deduzco que no ha leído el cartel en el que prohiben insistentemente la entrada de bebidas de fuera del local. La locuaz china lee en mis ojos la pregunta de "¿dónde vas con eso?" y sonriéndome me dice "sólo es leche caliente, es que no bebo cerveza" le contesto con una sonrisa y le digo que pase delante de mi por si necesita que le ayude con los diálogos con la portera, la experiencia me decía que semejante acontecimiento era de experimentar.


La portera, que bien podría parar a una manada de elefantes intentando entrar en el bar, se caracteriza por su rectitud en las decisiones y su mirada penetrante mientras analiza cada rincón de tu pasaporte, es una mujer con la que no imagino tener una conversación pero Xoxin pensó lo contrario e intentó negociar la entrada de su termo al bar alegando que no contenía drogas de ningún tipo. No pareció tener mejor justificación que esa y todavía me pregunto ¿por qué?


Viendo que la anti-conversación que se estaba desarrollando no iba camino de buen puerto, y puesto que el inglés de mi amiga cantonesa no se caracteriza por ser fácilmente comprensible, ni su oído estar afinado para el acento americano que los lugareños se gastan, propuse a la portera que guardara el termo de mi amiga hasta que saliéramos del bar y que luego se lo devolviese. Xoxin aceptó consternada la decisión impuesta y se dirigió conmigo hacia la barra del bar donde, atónitos, nos esperaban los demás asistentes.


Por alguna razón que desconocemos, Xoxin se pidió una cerveza a la cual le daba generosos tragos a la par que nos miraba, imitando descaradamente nuestro comportamiento. Lo surrealista de la situación nos llevaba a no ser capaces de articular palabra hasta que Erdapfel le preguntara a qué se debía su decisión de pedir cerveza. Con una educación que para nada habría caracterizado a un vecino suyo, Xoxin comentó que tenía que beber cerveza porque era obligatorio en los bares aunque no entendía muy bien porqué... Ojopláticos esta vez nosotros, fui yo la que intentó explicarle que no hay obligación de consumir nada en un bar, cuando su faz, de por sí amarillenta, tornó de algún otro color que mi léxico no alcanza a describir y sin escuchar una sola palabra de lo que decía y sin dejarme terminar mi elaborado discurso salió despavorida al baño...


A su vuelta del excusado y todavía con la cara desteñida por la mezcla de leche caliente y cerveza que la pobre oriental llevaba en su consumido cuerpo, se excusó insistentemente porque necesitaba irse a casa. Sin dar más explicaciones salió corriendo haciendo caso omiso a la portera de 2 toneladas que le quería devolver su termo y dejando una atmósfera bastante épica en el bar.


Y es que niños, por si no os lo dijeron en casa; "tras la leche nada eches"

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